El mayor poder que tenemos las personas es el poder de la decisión.
Ahí se basa nuestro libre albedrío. Desde que tenemos uso de razón
podemos tomar decisiones en mayor o menor medida. Las decisiones que
tomamos nos llevan en una dirección o en otra, y si no somos conscientes
de la naturaleza de nuestras decisiones puede que lleguemos a un lugar
que no nos satisfaga y nos haga infelices.
Hay 3 tipos de decisiones: las
acertadas que son las que están bien tomadas, las equivocadas o mal
tomadas y las no tomadas. A menudo éstas últimas son las que nos causan
mayores sufrimientos, puesto que no somos conscientes de ellas, y por
tanto evadimos nuestra responsabilidad sobre las consecuencias que se originan de nuestra falta de decisión. La indecisión es fruto del miedo, y el miedo es consecuencia de la falta de conocimiento.
Cuando no se tiene la información adecuada o el conocimiento
correcto es habitual tomar decisiones basadas en el miedo y en la
propia necesidad. Las decisiones tomadas o no tomadas por la ignorancia
nos debilitan, pues suelen ser cortoplacistas y exentas de fundamento.
Las decisiones mal tomadas están basadas en el miedo o en la culpa. Sin
embargo, son las decisiones más habituales en nuestra sociedad.
Quizás lo más complicado sea tomar
siempre la decisión correcta. De hecho, me atrevería a decir que ninguna
decisión es cien por cien acertada, aunque sí se puede decir que, si
nos acerca a nuestra meta está bien tomada. Además, toda decisión equivocada encierra un gran aprendizaje y por tanto la clave para una posterior decisión acertada. Por tanto ¿dónde está el error?
La mayoría de las personas prefieren
vivir en la ignorancia y que dejarse llevar por las decisiones de otros.
Es una forma inconsciente de evitar sentirse culpable por las
equivocaciones. Este tipo de personas se consideran víctimas
de las circunstancias o del entorno, y auto limitan su propio poder de
decisión entregándoselo a otros. Son personas dubitativas aunque
impulsivas, pues le han otorgado también a sus emociones el poder de
dominar su comportamiento.
Una persona que se siente dueña de sí
misma y de su destino es la que es consciente del poder de sus
decisiones y se conoce a sí misma. Por tanto reflexiona cada decisión
ponderando los riesgos. Realmente no hay decisiones
buenas o malas, pues no existe nada que sea solo positivo o solo
negativo. En el Universo todo se equilibra con su opuesto. Cuando puedes
mirar la realidad de los hechos pasados o futuros con la mirada
equilibrada, puedes encontrar la dualidad en todas las decisiones.
Así pues, si ninguna decisión va a ser solo buena, lo más coherente es tomar las decisiones que te acercan a tus sueños y te hacen feliz.
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